Cuando no vemos la
iniquidad de nuestro corazón: “Siempre vale considerar lo mucho que se
puede tergiversar esa buena palabra aceptación. Se puede desvirtuar para
justificar casi cualquier tipo de debilidad, tontería e insensatez. Por
ejemplo, podemos "aceptar" el fracaso como una condición crónica, sin
provecho ni remedio para siempre. Podemos "aceptar" orgullosamente el
éxito material, como algo que se debe enteramente a nosotros mismos. También
podemos "aceptar" la enfermedad y la muerte como evidencia cierta de
un universo hostil y sin Dios.” William
Wilson; “El Lenguaje del Corazón”; “¿Qué es la aceptación?”; pág.270-271.
La
aceptación de que soy pecador y que no puedo cambiarme a mí mismo, menos las
circunstancias y a los demás, llega hasta donde en realidad no podemos realizar
ese cambio. No es fácil distinguir la minúscula frontera entre las cosas que no
puedo cambiar, con las que sí puedo. Por tanto, aceptar que estoy “destinado” a
nunca mejorar no sólo es insensatez, sino que además pertenece este pensamiento
a otra creencia que no es de Dios: animista. Puedo mejorar, puedo cambiar mi
realidad y la de otros cuando me he rendido ante Dios y le he suplicado
mejorar, porque no me ha gustado la iniquidad que hay en mí, en otros o en mi
comunidad. “Si en mi corazón hubiese yo
mirado a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado. Mas ciertamente me
escuchó Dios; Atendió a la voz de mi súplica.” Sal.66:18-19.
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