Prestos a oír,
tardo para hablar y enojarnos: “La mayor parte de las personas no
escuchan con la intención de comprender, sino para contestar.” Stephen R. Covey; Los 7 hábitos de la gente
eficaz, Paidós, Barcelona, 1992, p. 276.
Ese
es nuestro principal problema. No escuchamos
para meditar y reflexionar acerca de lo nos están diciendo. No escuchamos con la intención de comprender
a la persona que nos está exponiendo algún problema, y más si el mismo tiene
que ver conmigo. No. Nuestra atención y
escucha se produce con el objetivo de poder contender, de querer
contraargumentar, de intentar aplastar los argumentos proferidos por la otra
persona. Lo hacemos de manera airada y
que le quede muy claro que no somos lo que ella dice, que si le he herido o
atacado ha sido por defensa y que su actuación me ha servido de base
apologética para justificar mi mal actuar. Pero esto no debe de ser así, ni
tampoco trae nada constructivo. “Por
esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar,
tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.”
Sgo.1:19-20.
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