¿A qué nos manda
el Señor cuando nos ha liberado de algo terrible?
A que le
glorifiquemos al hablar a otros de sus maravillas: “Ninguna de las
ideas de Ebby era realmente nueva. Yo ya las había oído todas. Pero por haberme
sido comunicadas por su potente línea de transmisión, no las consideré como en
otras circunstancias lo hubiera hecho, o sea, unas simples máximas
tradicionales en cuanto a la manera de comportarse como un buen feligrés. Yo
las veía como vivas verdades que me podrían liberar tal como le habían liberado
a él. Ebby me podía tocar en lo más profundo.”
Bill Wilson; “El Lenguaje del
Corazón”; pág.245.
Ninguna
predicación tiene tanto poder como aquella que ha surgido del yunque del dolor,
de la desesperación, o del sufrimiento. Cuando
testificamos a otros del poder del Señor y narramos cómo estaba nuestra
condición primaria, esto tiene un efecto poderoso sobre aquellas personas que
están sufriendo lo mismo o algo parecido.
Es mucho más sustancial, pues es una real demostración de que la Palabra
de Dios es en realidad liberadora; como liberó al gadareno: “Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue,
publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él.” Lc.8:39.
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