¿Qué nos aconseja
el Señor con respecto a la ira, al enojo?
Que la dejemos y
desechemos: “A
veces, mi agresividad era sutil, y otras veces muy ruda. Pero, de cualquier
forma, era injuriosa - y tal vez letal - para numerosos incrédulos. Huelga
decir que estas actitudes no se manifiestan únicamente en el trabajo... Es muy
probable que vayan infiltrándose en nuestras relaciones con todo el mundo. Hoy
todavía, me veo en ocasiones cantando ese mismo refrán obstaculizador:
"Haz lo que yo hago, cree lo que yo creo, si no.…” Bill Wilson; “El Lenguaje del Corazón”; pág.252.
El
deseo de dominar y controlar a personas, acontecimientos y acciones nos llevan
muchas veces a la ira y con ella a la intemperancia. Esto es, tenemos falta de moderación,
de tacto, de diplomacia, de amabilidad. Por
el contrario, el enojo nos llega a controlar tanto que terminamos haciendo algo
brusco y malo. Luego esta actitud nos
hace sentirnos mal. Dios pues nos
ordena: “Deja la ira, y desecha el
enojo; No te excites en manera alguna a hacer lo malo.” Sal.37:8.
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