De nuestros complejos,
traumas e indignidad: “Cuando era niño, sufrí algunos traumas emocionales
muy fuertes. Había graves trastornos familiares; yo tenía un aspecto físico
desgarbado y otras cosas por el estilo. Otros muchachos, por supuesto, también
padecen de estas dificultades emocionales y salen de ellas sanos y salvos. Pero
yo no. Es evidente que yo era hipersensible, y por lo tanto, súper temeroso.
Fuera lo que fuera, se desarrolló en mí una fobia cierta de que yo no era como
los demás muchachos, y nunca podría serlo. Al principio esto hizo que me
hundiera en una depresión y de ahí me llevó a la soledad del aislamiento” Bill Wilson; “El Lenguaje del Corazón”;
pág.266; “Este asunto del miedo”.
Cuando
padecemos de complejos ocasionados por algo tenebroso que nos sucedió de
pequeños, tendemos a padecer no sólo de continuas depresiones, sino también de
una baja autoestima ocasionada por ello. Así, podemos llegar a expresar un despreciable
concepto de nosotros mismos. Pero Dios,
nos libra totalmente de esto y nos devuelve el honor y la dignidad perdidos. “Y él inclinándose, dijo: ¿Quién es tu
siervo, para que mires a un perro muerto como yo? Entonces el rey llamó a Siba siervo de Saúl, y
le dijo: Todo lo que fue de Saúl y de toda su casa, yo lo he dado al hijo de tu
señor.” 2Sam.9:8-9.
Padre,
de todos mis complejos y traumas me has librado para tener un concepto digno y
mesurable de mí mismo. Porque Tú has
restaurado mi total dignidad afectada por complejos, traumas y demás, vividos
en mi infancia. Gracias, Señor, en el nombre de Jesús, amén. Tu hermano y amigo
Daniel Aragón. Feliz día en el Señor.
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